Leer y
escribir en un mundo cambiante
Emilia
Ferreiro
Hubo una
época donde leer y escribir eran actividades profesionales. Quienes se
destinaban a ellas aprendían un oficio y a este oficio dedicaban el resto de
sus días. En todas las sociedades donde se inventaron algunos de los 4 o 5
sistemas primigenios, hubo escribas- grupo de profesionales especializados en
grabar en arcilla, piedra, papiros, etc. Esos signos tan misteriosos ligados al
ejercicio mismo del poder- de hecho las funciones estaban separadas: quienes
controlaban el discurso que podía ser escrito no eran quienes escribían y
muchas veces tampoco practicaban la lectura.
En esa época,
no había fracaso escolar. Quienes debían dedicarse a este oficio eran sometidos
a un riguroso entrenamiento (seguramente algunos fracasaban pero no existía la
noción de fracaso escolar). No basta con que haya escuelas para que esa noción
se constituya. Todos los problemas de la alfabetización comenzaron cuando se
decidió que escribir no era una profesión sino una obligación y que leer no era
una marca de sabiduría sino de ciudadanía. Por supuesto que muchas cosas
pasaron entre una época y otra. Los verbos leer y escribir habían dejado de
tener una definición inmutable: no designaban (y tampoco designan hoy en día)
actividades homogéneas. Leer y escribir
son construcciones sociales. Cada época y cada circunstancia histórica da
nuevos sentidos a esos verbos. Sin embargo, la democratización de la lectura y
la escritura se vio acompañada de una incapacidad radical para hacerla
efectiva: creamos una esc. Pública obligatoria para dar acceso a los innegables
bienes del saber contenido en las bibliotecas, para formar al ciudadano
consciente de sus derechos y obligaciones, pero la escuela no ha acabado de
apartarse de una antigua tradición: sigue tratando de enseñar una técnica.
Desde sus orígenes, la enseñanza de estos saberes se planteó como la
adquisición de una técnica: del trazado y la oralización. Sólo después de haber
dominado lo mencionado surgirían “como por arte de magia” la lectura expresiva
y la escritura eficaz. Surge entonces la noción de fracaso escolar, concebida
como fracaso del aprendizaje y no de la enseñanza, por lo tanto, fracaso del
alumno. Una década después (’70) la responsabilidad fue desplazada hacia el
entorno familiar. Habría así, un déficit cultural.
Todas las encuestas coinciden en un hecho muy simple: si un niño ha estado en contacto con lectores antes de entrar a la escuela, aprenderá más fácilmente a escribir y leer que aquellos niños que no han tenido contacto con lectores. ¿En qué consiste ese saber preescolar? Básicamente en una primera inmersión en la cultura letrada: haber escuchado leer en voz alta, haber visto escribir, haber tenido la oportunidad de producir marcas intencionales, haber participado en actos sociales donde leer y escribir tiene sentido, haber podido plantear preguntas y obtener algún tipo de respuesta.
La relación
entre las marcas gráficas y el lenguaje es una relación mágica que pone en
juego una tríada: un intérprete, un niño y un conjunto de marcas. Parte de la
magia consiste en que en el mismo texto, o sea, las mismas palabras en el mismo
orden, vuelven a representarse una y otra vez, delante de las mismas marcas. La
escritura fija la lengua. Hay niños que ingresan a la lengua escrita a través
de la magia, y niños que entran a la lengua escrita a través de un
entrenamiento consistente en habilidades básicas. En general, los primeros se
convierten en lectores, los otros en iletrados o analfabetos funcionales.
No podemos
reducir al niño a un par de ojos que ven, un par de oídos que escuchan, un
aparato fonatorio que emite sonidos, y una mano que aprieta con torpeza un
lápiz sobre una hoja de papel. Detrás (o más allá) de los ojos, los oídos, el
aparato fonatorio y la mano, hay un sujeto que piensa y trata de incorporar sus
saberes a este maravilloso medio de representar y recrear la lengua que es la
escritura, todas las escrituras.
Un derecho de
niños y niñas que serán hombres y mujeres libres, ciudadanos y ciudadanas de un
mundo donde las diferencias lingüísticas y culturales sean consideradas como
una riqueza y no como un defecto. Las distintas lenguas y los distintos
sistemas de escritura, son parte de nuestro patrimonio cultural. La diversidad
cultural es tan importante como la bio-diversidad: si la destruimos, no seremos
capaces de recrearla.
Entre el
“pasado imperfecto” y el “futuro simple” está el gérmen de un “presente continuo”
que puede gestar un futuro complejo: nuevas maneras de dar sentido (democrático
y pleno) a los verbos “leer” y “escribir”. Que así sea aunque la conjugación no
lo permita.
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