miércoles, 19 de noviembre de 2014

Resumen de "Leer y escribir en un mundo cambiante" de Emilia Ferreiro

Leer y escribir en un mundo cambiante
Emilia Ferreiro

Hubo una época donde leer y escribir eran actividades profesionales. Quienes se destinaban a ellas aprendían un oficio y a este oficio dedicaban el resto de sus días. En todas las sociedades donde se inventaron algunos de los 4 o 5 sistemas primigenios, hubo escribas- grupo de profesionales especializados en grabar en arcilla, piedra, papiros, etc. Esos signos tan misteriosos ligados al ejercicio mismo del poder- de hecho las funciones estaban separadas: quienes controlaban el discurso que podía ser escrito no eran quienes escribían y muchas veces tampoco practicaban la lectura.
En esa época, no había fracaso escolar. Quienes debían dedicarse a este oficio eran sometidos a un riguroso entrenamiento (seguramente algunos fracasaban pero no existía la noción de fracaso escolar). No basta con que haya escuelas para que esa noción se constituya. Todos los problemas de la alfabetización comenzaron cuando se decidió que escribir no era una profesión sino una obligación y que leer no era una marca de sabiduría sino de ciudadanía. Por supuesto que muchas cosas pasaron entre una época y otra. Los verbos leer y escribir habían dejado de tener una definición inmutable: no designaban (y tampoco designan hoy en día) actividades homogéneas. Leer y escribir son construcciones sociales. Cada época y cada circunstancia histórica da nuevos sentidos a esos verbos. Sin embargo, la democratización de la lectura y la escritura se vio acompañada de una incapacidad radical para hacerla efectiva: creamos una esc. Pública obligatoria para dar acceso a los innegables bienes del saber contenido en las bibliotecas, para formar al ciudadano consciente de sus derechos y obligaciones, pero la escuela no ha acabado de apartarse de una antigua tradición: sigue tratando de enseñar una técnica. Desde sus orígenes, la enseñanza de estos saberes se planteó como la adquisición de una técnica: del trazado y la oralización. Sólo después de haber dominado lo mencionado surgirían “como por arte de magia” la lectura expresiva y la escritura eficaz. Surge entonces la noción de fracaso escolar, concebida como fracaso del aprendizaje y no de la enseñanza, por lo tanto, fracaso del alumno. Una década después (’70) la responsabilidad fue desplazada hacia el entorno familiar. Habría así, un déficit cultural.

Todas las encuestas coinciden en un hecho muy simple: si un niño ha estado en contacto con lectores antes de entrar a la escuela, aprenderá más fácilmente a escribir y leer que aquellos niños que no han tenido contacto con lectores. ¿En qué consiste ese saber preescolar? Básicamente en una primera inmersión en la cultura letrada: haber escuchado leer en voz alta, haber visto escribir, haber tenido la oportunidad de producir marcas intencionales, haber participado en actos sociales donde leer y escribir tiene sentido, haber podido plantear preguntas y obtener algún tipo de respuesta.
La relación entre las marcas gráficas y el lenguaje es una relación mágica que pone en juego una tríada: un intérprete, un niño y un conjunto de marcas. Parte de la magia consiste en que en el mismo texto, o sea, las mismas palabras en el mismo orden, vuelven a representarse una y otra vez, delante de las mismas marcas. La escritura fija la lengua. Hay niños que ingresan a la lengua escrita a través de la magia, y niños que entran a la lengua escrita a través de un entrenamiento consistente en habilidades básicas. En general, los primeros se convierten en lectores, los otros en iletrados o analfabetos funcionales.
No podemos reducir al niño a un par de ojos que ven, un par de oídos que escuchan, un aparato fonatorio que emite sonidos, y una mano que aprieta con torpeza un lápiz sobre una hoja de papel. Detrás (o más allá) de los ojos, los oídos, el aparato fonatorio y la mano, hay un sujeto que piensa y trata de incorporar sus saberes a este maravilloso medio de representar y recrear la lengua que es la escritura, todas las escrituras. 

La alfabetización no es un lujo ni una obligación: es un derecho
Un derecho de niños y niñas que serán hombres y mujeres libres, ciudadanos y ciudadanas de un mundo donde las diferencias lingüísticas y culturales sean consideradas como una riqueza y no como un defecto. Las distintas lenguas y los distintos sistemas de escritura, son parte de nuestro patrimonio cultural. La diversidad cultural es tan importante como la bio-diversidad: si la destruimos, no seremos capaces de recrearla.
Entre el “pasado imperfecto” y el “futuro simple” está el gérmen de un “presente continuo” que puede gestar un futuro complejo: nuevas maneras de dar sentido (democrático y pleno) a los verbos “leer” y “escribir”. Que así sea aunque la conjugación no lo permita.




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